Había una oscuridad enorme.
Intimidante.
Salio al bacón.
Sola, ahí.
Tan sola y tan protagonista de sí misma.
Sola con el viento que acariciaba cada gesto de su cara,
y la chispa diminuta de un cigarrillo cómplice.
En medio de la quietud, el silencio y la nada,
las voces de su cabeza, la condujeron al vaivén, a las
vueltas, a las preguntas
sin respuesta, a las respuestas sin preguntas…
Miraba la inmensidad sin limites,
Cada ventana, todas las ventanas.
Cerradas.
Subía y bajaba la mirada.
Ventanas cerradas.
Subía y bajaba nuevamente sin cesar,
Recorriendo ese espacio que había entre esa altura
mentirosa,
hasta el suelo de la realidad.
Y pensó una vez mas,
lo rápido que podría realizarse ese trayecto, hasta estrellarse
contra el piso
Sacar esas alas chamuscadas por el miedo.
Paralizarse.
Empujarse
Simplemente dejarse caer.
(porque sí, a veces la habitaba el fantasma suicida)
Así como si nada,
por el propio peso de las cosas,
Dejarse caer.
Caer.
Ir cayendo.
Y vuelve a recorrer con la mirada cada una de las ventanas
Cada cerrojo
Cada oscuridad
Cada mundo escondido detrás de cada ventana…
Y entre tanta nada
Hay una voz
Hay una canción
Hay una ventana abierta
Solo una.
Y no sabía que historia había detrás de esa voz
Ni de la canción
Ni de la ventana.
Pero cantaba, pero sonaba.
Y en ese instante, no importó mas nada.
para sentirse privilegiada,
no necesitó pedir permiso.
Simplemente se adueño de la canción.
Bebió dos lágrimas saladas.
Una fue de emoción.